En el área de mercadeo, se ha desvirtuado la esencia estratégica que permite lograr objetivos en el corto, mediano y largo plazo. Y por ende, se han acuñado términos que, si bien funcionan para efectos de identificación inmediata, dejan por fuera preceptos básicos de comunicación.
No podemos humanizar a un ser viviente que ríe, llora y hasta se desvela pensando en cómo afrontar sus días. Tampoco, comprarlo como un vil producto de anaquel.
Somos, de hecho, más que una marca.
Nuestra moneda es la credibilidad y el nivel de confianza de las audiencias.
Tampoco tenemos precio (aún cuando prestemos un servicio y cobremos por ello) ni código de barra. Y mucho menos nos parecemos a una máquina de resultados instantáneos con sólo abrir una cuenta de Instagram.
Vamos más allá.
Somos creíbles. Y trabajamos con pasión.
Por eso, cada vez me distancio más de la mal llamada ‘humanización’, pues soy apenas un ser humano que comunica uno o dos de sus roles profesionales. Tampoco soy Apple, Starbucks o Nike. Sólo alguien que ama lo que hace, que aprende de sus fracasos, que se prepara diariamente y que entiende que la construcción de marcas es una camino de persistencia y humildad.
No, no tengo que humanizarme. Sólo tengo que SER.
Vaya tarea, vaya tarea.